domingo, 14 de julio de 2013

Perfilando personajes de "La lista de Nan"

Curioso cuanto menos que un personaje se me resista hasta límites insospechados, pero Nan es así. No estaba contenta con ninguno de los perfiles que le había hecho, y gritaba y pataleaba como una niña malcriada. Pero de repente, esta mañana, lo he tenido claro. y ella, por supuesto, ha empezado a saltar de gozo y alivio.

Tener completamente perfilados los personajes antes de empezar a escribir la historia es algo básico. He de saber cómo son, qué carácter tienen, cuál es su pasado, para poder saber cómo reaccionarán a todas las trabas en que voy a meterlos: es la única manera que sean consecuentes consigo mismos.



Nan me ha estado dando problemas. Tengo claro qué quiero que le pase, pero todo lo demás, no. Sabía que era un poco loca, algo promiscua y sin traumas, pero eso era lo único. ¿En qué ambiente se había criado? ¿Dónde trabajaba? ¿Dónde vivía? ¿Qué estudios tenía? ¿Qué sueños la impulsaban a salir adelante? 

Cuando escribí el relato en el que nació, todo eso no era importante. Sólo era un relato, pero cuando la antología a la que iba destinado se canceló, empezó a nacer en mí la esperanza de convertir la historia de Nan en una novela. El relato estaba bien (a Julia Ortega le encantó) y daba perfectamente pie a seguir más allá y adentrarse en la vida de Nan y de Tony. 

No, no busques el relato por ningún sitio, porque no ha sido publicado ni siquiera en el blog. Aunque si quieres, puedo darte un pequeño adelanto. ¿Sí? Vale. Así empieza "La lista de Nan".

            —Tráeme un pingüino.
            —¿Un pingüino?
            —Sí, un pingüino.
            —Supongo que te referirás a uno de peluche...
—O de verdad, me da igual. Tú tráeme un pingüino y después hablaremos.
Había sido la conversación más extraña que había tenido nunca. Claro que estaba borracho, como una cuba, al igual que su interlocutora. Ni siquiera recordaba cómo habían llegado a ese punto, a hablar de pingüinos. Era de lo más insólito que estuviera allí sentado, en el bordillo de la acera, agarrado a la botella de ron, bebiendo directamente de ella y compartiéndola con una desconocida, como si fuera un adolescente con las hormonas revolucionadas en pleno botellón.
—¿Cómo dijiste que te llamabas?— le preguntó mirándola entrecerrando los ojos para intentar enfocarla y distinguir sus rasgos bajo la tenue luz de la farola.
—Nan.

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